2010/01/12

Capítulo XIV


El restaurante “La Cacatúa” fue parte de la herencia que recibió el doctor Gabriel de su padre, el Duque Poncio de Las Cuadras, junto con algunas pequeñas propiedades y terrenos diseminados alrededor de Santa Julieta. En una gran casa en la parte alta del pueblo abrió el doctor Gabriel una pequeña consulta de medicina general, donde enseguida adquirió respeto e importancia entre la gente del lugar, circunstancia que propiciaba que en el restaurante no faltara el trabajo.

Las gentes de Santa Julieta, desde generaciones atrás, habían rendido pleitesía a los antepasados del doctor, pues eran la aristocracia del lugar y dueños de la mayor parte de las tierras. Pero quiso el destino que toda aquella fortuna recayera en un único heredero, el Duque Poncio de las Cuadras, que malcriado desde la infancia devino siendo un personaje ocioso e infeliz que afectado de un inconsolable complejo de inferioridad optó por una vida licenciosa sufragada con el capital y herencia de la familia.

No es desde luego mi intención extenderme en detalles de la vida de este ilustre personaje más allá de lo que exige nuestra historia, más cuando las desgracias sucedidas requieren preservar cierto grado de intimidad. Fue pionero en España en la experimentación de las nuevas tecnologías de implantación de cabello. Al entrar en el casino adornaban su paso con pétalos de rosa. Las mujeres se turnaban para volverlo a engatusar. Fácil de engañar, ludópata, alcohólico y sin ánimo de ofender un autentico desperdicio.

La clarividencia del Duque para los negocios supuso que la mayor parte de las propiedades que terminó heredando el doctor Gabriel estuviesen condicionadas por alquileres vitalicios con rentas antiguas de escaso interés. Gustaba mucho el Duque de este tipo de contratos pues consideraba que así ataba indefinidamente a las personas en su provecho, cosa de la que se jactaba a menudo. De las extensas y numerosas propiedades mantenidas durante los siglos por sus antepasados, heredó el doctor Gabriel una mínima parte, que le reportaba, si no escasos dividendos, algún problema que otro.

De la larga lista de embaucadores que se aprovecharon de la incultura crónica y mediocridad manifiesta del Duque hay que destacar a uno de sus inquilinos, llamado Luís Ortiga, que le convenció de abrir el restaurante en una de sus propiedades anexa a la nueva carretera.

Un restaurante le pareció al Duque una idea interesante, y se hizo la reforma necesaria para adaptar una pequeña casa de campo a las afueras del pueblo. Formaron una sociedad muy al gusto del Duque, que se embolsaría buena parte de los beneficios una vez amortizado la totalidad del capital. La reforma costó un dineral, pues fue equipado el restaurante con las más modernas instalaciones, sin reparar en gastos, pero la rentabilidad del restaurante fue negativa desde un principio; perdidas contínuas que ayudaron al desplome final de la fortuna del Duque.

Por aquel entonces el doctor Gabriel estaba trabajando para la seguridad social en Palma, por lo que no estaba presente cuando su padre, al final de sus días, bajo un estado de enajenación mental despilfarraba sin ningún comedimiento. Murió de un infarto jugando al póker en el bar del pueblo al momento de perder una gran suma de dinero.

Cuando se hizo cargo el doctor Gabriel del patrimonio de su padre se interesó mucho por el restaurante y trató con Luís un sistema diferente de gestión enfocado a mejorar el rendimiento del restaurante. Primeramente, el doctor, apartó a Luís de toda intervención en la contabilidad; también se encargó de elegir nuevo personal y promovió cambios de diseño. Mantuvo el nombre del restaurante, dejando allí la horripilante mascota a la que su padre dedicó aquel monumento al negocio imposible, a la torpeza mental.

Empezaban a soplar favorables los vientos en el restaurante “La Cacatúa” y próxima iba a ser mi aparición en la historia, justo cuando el restaurante funcionaba a pleno rendimiento, pero no anticipemos los acontecimientos sin antes analizar el entorno y comprender el trasfondo sociocultural de Santa Julieta, asunto vital para comprender los escabrosos sucesos que la fatalidad tenía previstos.





6 comentarios:

  1. Yo sigo leyendo aunque no te deje comentarios. Espero ponerme al dia.

    Saludos

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  2. Nos dejas con el enigma de la cacatúa. Seguimos en pie.
    Un saludo Rafael.

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  3. Hola, Fete, te estoy muy agradecido de que me dediques tu tiempo, que espero te parezca bien invertido. En agradecimiento colgaré ya el siguiente capítulo que es un poco más extenso.

    Espero que te divierta.
    Saludos
    Rafa

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  4. Muchas gracias, Jose, encantado de verte por aquí. Hay que esperar hasta el final. La trama es compleja y dudo que predecible.


    Saludos
    Rafa

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  5. Buen trozo. Por un momento, parece una novela convencional. Eso me recuerda al arranque, al empezar a leer. Iba loco entre la locura y no locura, hasta no saber dónde me hallaba. Claro que es una de las gracias de la novela.
    Gran tipo, el Duque. Gente así es la que hace falta para levantar el país.

    PD: "Fácil de engañar, ludópata, alcohólico y sin ánimo de ofender un autentico desperdicio." Aquí, creo, faltarían un par de comas.
    Un saludo.

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  6. Hola, Igor.

    Este capítulo, y algunos siguientes, intentan dar un poco de soporte realista, unos antecedentes y un contexto. Esta locura que dices, es sin lugar a duda difícil de encuadrar, y creo se resuelve aceptando el perfil psicológico del narrador, que es el que no sabe distinguir la realidad. En el capitulo VI nos habla de su enfermedad, pero no es verdad que sea cosa reciente. Cuando después nos cuenta su juventud queda claro, ¿verdad? Ja, ja, ja. Quiero decir que todo está escrito bajo la óptica del narrador, no hay un narrador omnisciente. Para aseverar una cuestión que debe quedar clara he cambiado el narrador, como por ejemplo la grabación del inspector.

    En este capítulo también mezcla lo que ha oído y lo que supone, tampoco hay que darle mucho crédito.

    Gracias, Igor
    Saludos
    Rafa

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