2010/01/04

Capítulo XIII


—Hace más de media hora que estoy tocando el timbre —me dijo Ruperto cuando me lo encontré al abrir la puerta de entrada a la mañana siguiente.

—Disculpa a la vieja que además que es bastante sorda aún no sabe maniobrar bien con la silla. Está aquí como una reina ambientando la casa con sus flatulencias.

—Habíamos quedado a las nueve.

—Si llegas un poco tarde no pasa nada. Un poco de escaqueo está permitido. Siéntate aquí un rato tocándote las pelotas que yo hago la maleta, me ducho y nos vamos.

—¿Qué quieres decir? ¿Que todavía no has preparado las maletas?

—Tranquilo, Ruperto, que no estamos en guerra. ¡Descansen!

Con cierta brutalidad me acompañó Ruperto hasta mi cuarto retorciéndome el brazo, donde se quedó para asegurarse de que los preparativos se efectuaban con la celeridad requerida, instigándome con amenazas e improperios propios del sistema carcelario, de donde, tal vez, las hubiese aprendido cuando iba a visitar a su madre.

Puesto había decidido dejar para el último momento tanto hacer las maletas como darme un baño y afeitarme, opté por darme una ducha rápida y acicalarme de manera apresurada. Fui recogiendo toda mi ropa y la fui componiendo en unas bolsas de basura de plástico bastante grandes. Un cómputo total de mis pertenencias no excedía aquello que en tres grandes de aquellas bolsas no pudiese entrar, una de ellas con tan sólo una chaqueta polar rojo brillante, tuneada, claro.

Hubiera gustado haber podido despedirme de mis padres, a los que ya en aquel momento no guardaba ningún rencor, pero solo estaba la abuela, que me dijo:

—Espero no volverte a ver nunca más por aquí, que sólo has dado pesadumbre y problemas a esta familia. Márchate ya, esperpento humano.

Aunque sabía que la abuela estaba totalmente falta de juicio, me dolieron aquellas palabras cual coz de una mula, y por no lanzar a la abuela calle abajo en su silla de ruedas, que fue lo primero que pensé, di varias patadas a algunos muebles del comedor sin causar, si no recuerdo mal, ningún excesivo destrozo. Así me despedí de la familia. Mucho más me hubiese gustado que las cosas hubiesen sido distintas, pero quiso la vida que nunca más nos volviésemos a ver.

Conducía con cierta pericia y velocidad el agente Ruperto a través de un paisaje cada vez más rural. Yo me encontraba de bastante buen humor y le estuve dando al agente Ruperto algunos consejos para ligar. Consejos que a pesar de no haber sido puestos en práctica podrían resultar de ayuda a quién los necesitara, y él, a medida que hablábamos manifestaba un creciente interés, tanto que en un momento me asusté de las muecas que hacía. Debí de tocar alguna fibra sensible pues frenó bruscamente el coche en el arcén y me dijo con visible enfado:

—¿Ves allí arriba? Pues es allí donde tienes que ir. Bájate aquí que ya estoy cansado de oír tantas tonterías. Y hazme caso, si me vuelves a ver, Dios no lo quiera, ni me mires ni me saludes. Como si nunca me hubieras conocido.

—Pues, hombre, que me parece raro. Ahora que estábamos haciendo tan buenas migas.

—¡Qué te largues! ¡Desgraciado!

—Bueno, no te pongas así, ya me voy. Ya me buscaras para que te de consejos.

Tras la angosta pendiente de aquella circunvalación de la carretera que va a Santa Julieta se podía observar, desde la cima de un peñasco, el rectilíneo perfil del restaurante “La Cacatúa”. Ya nada más verlo sentí una fuerte punzada en el estomago, como si una mala espina hubiera quedado encallada en mis tripas y me estuviera produciendo una úlcera infecciosa. A medida que me acercaba mi estomago me advertía con más fuerza del temor que presentía, por lo que hube de dirigirme apresuradamente detrás de un mata.

Un poco más relajado llegué al restaurante, donde comenzaron inmediatamente las peores experiencias de mi vida. No con menos ingenuidad se abalanza hacía el suculento cebo, el besugo, poco antes de verse extraído de un súbito tirón fuera del agua.






6 comentarios:

  1. Como no entiendo un pimiento, de lo que estoy leyendo me voy mas abajo a empezar, espero no decir una burrada.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Hola, Fete, supongo que es normal. Los primeros capítulos son necesarios para seguir el hilo. Y no te preocupes por decir burradas, puedes decir todas las que quieras, de hecho es lo que yo hago, jajajaja.

    Un saludo
    Rafa

    ResponderEliminar
  3. Saludos, Rafael!

    Gracias por pasarte por mi blog y dejar tan halagador comentario. La verdad que la tarea de escribir una novela, sea de la temática que sea, no es nada sencillo, pero lo he ido tomando el pulso. Y por lo que veo, tu también recorres un camino similar, aunque con una temática más realista, aparentemente, y con un nombre que me llama la atención, aunque no me dice mucho en un principio, jeje. Me imagino habrá que leer para entender el enigma. Me haré el tiempo, :D

    ResponderEliminar
  4. Creo que no era tan halagador como merecido y sincero. Solo has dejado un fragmento, pero lo encontré muy interesante y bien escrito. Espero que termines pronto la novela y que la podamos disfrutar con el agradable tacto del papel.

    Suerte.

    ResponderEliminar
  5. Hola Rafael,
    Esto no decae. Estoy ya en el capítulo XIII y siguen con muy buen tono las cómicodramáticas andanzas de este perdido protagonista, al que sólo le queda un pie (o eso parece) en la realidad.
    ¿Se dará cuenta que casi flota? Pertinaz, continúa negando el mundo, acaso tenga razón.
    El último símil está realmente bien.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  6. Perdona, Igor, no había visto este comentario. Ahora he puesto la suscripción por correo a todas las entradas para no perderme más comentarios.

    Me alegra mucho que te guste.

    ResponderEliminar