2009/10/30

El mosquito


Dedicado a Esther


Por las noches, en aquellas tierras, la calma es el ruido del agua que circula por las acequias, y cuando la luna se esconde al otro lado del mundo, parece poder verse el cosmos en su inmensidad. Diminutos puntos de luz podrían ser descomunales nebulosas hace tiempo colapsadas y regeneradas después por la explosión de una supernova, cuyo destello vaga sin descanso por el infinito. Es algo intrigante, tal vez tanto como la existencia y vida de un simple mosquito.

Los campos de centeno rodeaban el establo como una multitud expectante apelotonada por la ladera hasta donde alcanza la vista. Aquel día, a la luz del ocaso, cada espiga parecía complacida, secundando el movimiento de sus compañeras en un espontaneo baile originado por la brisa. Las amigas golondrinas, al atardecer, desviaron su camino para tejer sobre el paraje un rastro imaginario de pericia y coordinación en un audaz ataque a la caza de todo tipo de insecto. Su canto, aun embelesadas por tanta abundancia, no pasaba de ser discreto, para no entorpecer el descanso del campesino, que hacía rato dormía recostado en un árbol. Un mosquito, batiendo con insistencia sus nuevas alas, surcaba impertérrito la vorágine de mortandad que le rodeaba.

Más tarde, cuando el crepúsculo se despedía con un último saludo, la estilizada sombra de un burro trotaba desbocada entre el centeno perseguida por la de su dueño, y el eco de una voz vociferaba un gran disgusto y enfado acusando de mal nacido al pobre burro. No era la primera vez que se escapaba, pero aquel día lo hizo después de haber matado de una coz a una cabra. Era un burro muy sano; poco antes había sido víctima de la picadura del mosquito, atiborrándose éste de su sangre, delectándose hasta la saciedad, y pudiendo comprobar que se trataba de sangre de burro de primerísima calidad. En el establo, una tenue bombilla iluminó lúgubremente la terrible coz que soltó el burro cuando a sus oídos llegó el premonitorio zumbido.

Una sucesión de ráfagas de viento cruzaron los campos y terminaron por arrancar al mosquito de la hoja donde apaciblemente estaba dormitando con el estómago lleno. Una ventana abierta iluminaba con claridad en la rama de un ciruelo a un chinche apestoso, que también se vio apurado por un momento, pero que agarrándose con fuerza consiguió evitar ser arrastrado por aquellas repentinas ráfagas. El mosquito, atiborrado, se dejaba llevar por aquella corriente nocturna, que por momentos briosa le impulsaba a una velocidad creciente hacía una tormenta lejana que resplandecía silenciosa más allá del horizonte.

Rugieron los cielos y una lluvia catastrófica de inaudita virulencia se desató al compás de un trueno demoledor que eructó un latigazo achicharrador como la lengua bífida de una serpiente. La electrificante sacudida de tropecientos mil voltios de luz cegadora alcanzó en la distancia al insignificante cuerpo del mosquito, polarizando cada una de sus moléculas, desvinculando sus ribosomas del centro de sus células con la fatal radiación. Caía hacia el abismo el cadavérico mosquito en el interior de una gota de agua que entre las otras resplandecía iluminada por la tenue luminiscencia que su cuerpo emitía, tal cual el filamento de una bombilla. Rugieron de nuevo los cielos pero esta vez para exclamar un desgarrador lamento de profundo dolor y arrepentimiento. Tal si fueran lágrimas las que cayeran se precipitaba rabiosamente el séquito multitudinario que acompañaba al mosquito en este triste sepelio de inaceptable frustración.

Un último latido dio el corazón del mosquito cuando se hizo el silencio, y todo a su alrededor quedó paralizado en una misteriosa quietud. Cada una de las gotas quedó suspendida en el aire adoptando una forma esférica, formando un infinito mar de perlas que reflejaba el leve destello lunar que se abrió paso entre los cielos encapotados. En perfecta coordinación todas ellas comenzaron a girar muy lentamente, alejándose a su vez del luminiscente mosquito, orbitando a su alrededor, quedando éste en el centro del gran círculo rotatorio, donde parecía querer expresar a la reticente audiencia su deseo de vivir.

La charca del suelo reflejaba sobre esta divina coreografía la luz de la luna, deslumbrando, si más se puede, con la visión de esta inusual maravilla. Las piedras del campo comenzaron a saltar. Los hierbajos se tambaleaban a su alrededor con un frenesí histérico y los árboles más robustos se pusieron a danzar, quebrándose muchos ellos por el loco frenesí, en una contorsión descabellada impropia para un animal. Sus ramas deshechas se elevaban hacia el cielo uniéndose a los detritos que conformaban el furioso tornado que avanzaba frenéticamente por los campos arrasándolo todo. En el centro del torbellino permanecía estática la gota del mosquito mientras el mundo entero giraba a su alrededor. Pedruscos, rocas y toda la tierra se elevaba hacia los cielo ya antes que la pavorosa columna se llevase consigo casas, haciendas, plantaciones enteras e incluso ganado, que absorbido hacia los cielos emprendió tan increíble como mortal viaje.

Diminutas partículas de agua tomaron vida propia y con voluntad consciente se separaban del mosquito en forma de minúsculas burbujas, que deslizándose por sus extremidades extendidas terminaron por liberar completamente su cuerpo, que comenzó a ascender por el interior del tornado impulsado por una leve brisa que lo llevó más allá de la estratosfera, atravesando las nubes, superando en mucho la distancia máxima que cualquier animal de la tierra hubiera alcanzado jamás. En ese momento revivió el mosquito, y desorientado, al ver la inmensa luna, se fue volando hacia ella.


Fin

Bien..., ¿qué te ha parecido? No es de mis relatos de humor el más gracioso, pero lo tengo entre mis favoritos. Aunque no nos conozcamos te agradezco mucho su lectura.



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