2010/12/23

El viejo lobo de mar


Eran las tres de la mañana cuando el viejo lobo de mar tomaba la última copa. Escondido tras un halo de tiniebla, sentado en la barra, hacía equilibrios sobre el taburete en un estado de embriaguez cercano a la muerte. Ningún pensamiento cruzaba por su cabeza, solo el leve balanceo de la barca una mañana tranquila, esperando absorto con la caña en la mano alguna leve sensación. Ahora me parece que pican, pensó. De repente abrió un ojo y se encontró tumbado boca abajo en el sofá de su casa. Alguien estaba llamando a la puerta.

—Buenos días, don Manuel. Venía a decirle que no saldré a pescar con usted, mi madre opina que hace mala mar.

Recordó entonces, el viejo lobo de mar, al joven que tenía en frente. Le vino a la memoria la amena conversación que habían tenido por la noche. Hablaron de la pesca y de los peligros del mar. Le contó aquella vez que con la potera pescó una sepia de un kilo y medio: un ejemplar extraordinario que causó admiración en todo el pueblo. Sus manos terminaron sangrando cuando consiguió sacar del agua a aquel monstruo de las profundidades. También le habló del extremadamente peligroso pez araña, pues con las púas de sus aletas provoca tal tremendo escozor que hay quien se ha cortado la mano al no poder soportar el dolor. Pero él, el viejo lobo de mar, estaba inmunizado y podía cogerlas sin ningún temor.

Desde el portal de la casa posó su mano sobre los ojos y observó el horizonte. A su lado apareció su gato, Esparrai, que con un pescado en la boca se asomaba para echar un vistazo.

—¡Qué va a saber tu madre cuándo se cogen buenos pescados! Hoy es un día estupendo. Ve a decirle a tu madre que saldremos a pescar y que no se preocupe, ¡que vas con don Manuel!

—No hace falta. Tenía que salir y ya no estará en casa. La verdad es que no me gustaría desobedecerla.

—Tu no te preocupes que ya hablaré con ella.

Cruzando dos calles llegaron al puerto, y en un momento al pantalán, donde el viejo lobo de mar tenía el amarre. Alejandro se quedó un tanto desconcertado al ver el minúsculo tamaño de la barca. Cuando hablaron ayer en ningún momento se hizo mención de que el barco con el que sorteaba el viejo lobo de mar los peligros de la navegación se trataba de un diminuto cascarón que parecía más bien adecuado para pasearse por el parque del retiro. Era, con diferencia, la barca más pequeña de todo el puerto.

Una vez en la barca y tras comprobar agarrados el uno al otro que aquello se movía mucho, no tardó Alejandro en percibir el hedor a pescado putrefacto que manaba de la barca igual que de un vertedero.

—¡Dios mío, ¿qué es esta peste?!

—No pasa nada, dentro de un rato no te darás cuenta. Lo peor para pescar es el olor a limpio. Anda, ven aquí a arrancar el motor que yo tengo artritis. Estira fuerte que a veces le cuesta.
Con bastante cautela se acercó Alejandro y adoptó una posición bastante correcta para arrancar el motor. Se trataba de un fuera borda de trece caballos de la casa Fanlee, una reliquia de más de treinta años. Agarrado a un palo estaba el cordón que debía estirar.

Parecía que, en el primer intento, hizo mínima mención el motor de querer arrancar, cosa que no pasó con los siguientes, a pesar de lo desaforados esfuerzos de Alejandro, que al limite de sus fuerza estiraba como un poseso sin el menor resultado.

—¿Está seguro de que tiene gasolina?

—Lo he comprobado. Sí que es raro que le cueste tanto. Huy, perdona, se me había olvidado ponerlo en on. Es esta palanquita roja. Prueba ahora.

Reaccionó enseguida el motor con un estrépito semejante a un tractor, levantando una humareda espeluznante.

—¡Soltad amarras! —gritó el viejo lobo de mar.

Por la escollera sobresalía intermitente el impacto de las olas y una intensa brisa marina refrescaba sus caras. Al salir del puerto el mar encrespado azotaba la barca provocando un incesante vaivén en toda dirección y una navegación a duras penas sostenible zozobrando en contra de las olas. Alejandro, a popa, agarrado como una anémona, rebotaba sobre las tablas mirando de vez en cuando al viejo lobo de mar, que parecía contento. La situación empeoraba a medida que se alejaban de la costa.

—Tranquilo, grumete —gritó el viejo lobo de mar para que su voz sobresaliera por encima del estruendo del motor—. Levanta esta tabla y te podrás sentar.

Con mucho apuro y cuidado, Alejandro, recogió los pies lo suficiente para levantar la madera que le permitiría sentarse más cómodo, pero al introducir los pies asomó por el compartimento una enorme rata de repugnante aspecto. Mostraba sus fauces serpenteando la lengua como un gusano. Alejandro se lanzó al mar por puro acto reflejo.

—¿Qué haces, loco? Pero si solo es una rata.

Diciendo esto, el viejo lobo de mar, cogió la rata por el pescuezo y la lanzó al agua.

Alejandro que agonizaba en el mar embravecido chapoteando intensamente vió venir la rata hacia él y estuvo un buen rato esquivando a la rata nadando de un lado a otro; pero la rata se le subía por encima con cierta insistencia. Al limite de sus fuerzas consiguió finalmente encaramarse a la barca mientras el viejo lobo de mar, a golpe de remo, ahuyentaba la rata. De resultas de este lance recibió el pobre Alejandro un fuerte golpe en la cabeza que le abrió una brecha en la frente y lo dejó medio atontado durante un rato.

—Si no le importa, don Manuel, ¿podríamos dejarlo por hoy?

—¿Qué dices, muchacho? Pero si casi hemos llegado. Iremos a una pesquera que yo conozco por aquí. Si pillamos la roca nos vamos a cansar de sacar pescado. Ponte esta chaqueta, no te vayas a resfriar.

Poco después pararon la barca. El oleaje no parecía remitir y en lontananza la oscuridad era creciente.

—Después pegará el embat y tendremos un poco de calma.

Antes de que Alejandro hubiera terminado de ensartar calmar en los anzuelos, el viejo lobo de mar, ya había tocado fondo con el plomo.

—Aquí pican —dijo el viejo lobo de mar poco después—. ¡Lo tengo! !Es muy grande! ¡Estira como un demonio! ¡Tiene que ser un dentón!

Hacía rodar el carrete con visible apuro exclamando a voz en grito notables improperios y blasfemias. La caña se doblegaba y estiraba como loco el viejo lobo de mar zarandeando la barca con unas sacudidas de espanto. Aguantó como pudo y tras una lucha intensa sacó del agua una araña de más de medio kilo, un enorme pescado de casi dos palmos. Era la araña más grande que había visto nunca el viejo lobo de mar. Estiró con fuerza la caña haciendo volar por los aires peligrosamente al pescado enganchado al hilo.

—Ten cuidado que es una araña.

Alejandro, miraba con espanto las sacudidas que daba el tremendo pescado y sufrió un espasmo de terror cuando ante sus ojos se liberó aquel demonio, y de un rebote sobre la barca se abalanzó sobre él. Poco pudo hacer Alejandro, que se cubrió con los brazos, y recibió dos arañazos, uno en la cara y otro en la mano.

Rápido comenzó a extenderse el caluroso escozor y comenzó a manifestar Alejandro los síntomas de una parada cardíaca. Con unos espasmos acompañaba unas profusas arcadas, compaginadas con unos lamentos de dolor y aullidos de miedo muy parecidos al llanto. De reojo se miraba el moflete, que parecía expandirse por momentos. El rasguño de la mano le dolía intensamente y se había extendido el picor por el brazo. La barca se zarandeaba a punto de naufragio.

El viejo lobo de mar pisó la araña y de un certero corte de cuchillo la mató instantáneamente.

—Cuanto más grandes menos venenosas. No te preocupes que no ha sido nada. En el hígado de la araña se encuentra el antídoto a su veneno. Te lo restregaré por la herida y verás cómo te calma el dolor en un momento.

Destripó todas las vísceras el viejo lobo de mar con bastante pericia con dos movimientos de cuchillo, dejando libre el hígado. Hubiera podido cogerlo con las manos, pero decidió el viejo lobo de mar desengancharlo con el cuchillo haciendo un poco de palanca, consiguiendo con este efecto que saliera disparado el higadillo por la borda cayendo en el mar.

—Perdona, chico, cosas que pasan.

Alejandro mostró un rictus en su compungida faz y se lanzó al agua. Intentó atrapar el higadillo con muy poco acierto y estuvo buscando alrededor desatendiendo al encrespado mar que con insidia le sometía a un desesperado esfuerzo. Al rato de buscar sin ningún resultado vio que se le acercaba nadando una gaviota que miraba de un lado a otro como si observase el panorama. Se sumergió brevemente la gaviota antes de llevarse volando el higadillo ya dentro del gaznate. El pobre Alejandro maldecía su suerte, pero le pareció que al salir volando la gaviota se había asomado la aleta de un pez. Metió la cabeza bajo el agua y vio que a sus pies nadaban en circulo al menos cinco barracudas de enorme tamaño. Su acojone fue mayúsculo y prorrumpió en un estado histérico que le llevó a tragar agua sucesivas veces. El pánico impulsaba su eufórico braceo en contra de las olas, e intentando gritar pidiendo auxilio una nueva bocanada de agua salda se le introdujo por la garganta. La barca cada vez estaba más lejos y el pobre Alejandro ya no podía más. Veía al viejo lobo de mar ensartar el cebo desatendiendo completamente la situación de extrema necesidad en que se encontraba. Llegar hasta la barca se le antojaba ya un esfuerzo inútil pero seguía nadando al limite de sus fuerzas gritando lo más que podía de vez en cuando.

El viejo lobo de mar vino a socorrerle a tiempo justo para evitar que Alejandro emergiera la cabeza por última vez. Paró la barca cerca de él y lo ayudó a subir.

—Tranquilo, muchacho, tengo una buena noticia para ti. El pescado que te ha picado no es una araña. Se trata de un Sanperet, casi idéntico a la araña pero en absoluto venenoso.

Alejandro se sentía enfermo. Si bien la noticia le alivio bastante se encontraba físicamente exhausto, mareado y aún bajo un fuerte estado de nerviosismo. La barca se movía más que nunca y difícil le fue asomar a Alejandro la cabeza por la borda para devolver el agua injerida. Se tapó completamente con una toalla y se quedó arrinconado tiritando. El viejo lobo de mar siguió pescando tranquilamente.

Al rato un estruendo llamó la atención de Alejandro, que se asomó para descubrir que una densa nubosidad se extendía sobre sus cabezas y que estaban envueltos en una oscuridad total. No tardó en caer un rayo muy cerca de la barca que erizó de espanto los cabellos de Alejandro. Mirando al viejo lobo de mar pensó estar viviendo una horrible pesadilla.

—Creo que tendremos que irnos de aquí —dijo el viejo lobo de mar tendiendo su caña hacia Alejandro—. Aguanta esto que nos vamos.

Poco tiempo estuvo Alejandro con la caña en las manos antes de que un rayo lo dejara frito. Una sacudida de luz concentrada entró por la caña haciendo chisporrotear el cuerpo de Alejandro, que cogiendo una tonalidad tostada empezó a sacar humo. No tardó en desplomarse sobre la barca.

—Muchacho, ¿te encuentras bien?

Milagrosamente Alejandro seguía con vida. Muchas ganas de hablar no tenía pero con unos movimientos de difícil interpretación ejecutó una mueca que reconfortó mucho al viejo lobo de mar, que con pericia regresó a puerto zozobrando por encima de las olas.

Fin

2 comentarios:

  1. Rafael, bien regresado. Magnífico relato. Me has sorprendido. Precisión, dos mundos, el nuevo y el viejo. La melancolía del mundo que se va, desaperece con este lobo de mar. Me ha gustado mucho, Rafael.
    Soy un groumete, que le vamos a hacer.
    Saludos. El 2011 aún no ha comenzado.

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  2. Hola, Igor, me alegro de verte por aquí. Este cuento ha supuesto un reto. Parece sencillo pero me ha costado decidirme por algunos elementos de su contenido. Puede que con el tiempo le añada algunas de las ideas desechadas. Algo de dinamita...

    Felices fiestas, Igor. Espero que te lo pases muy bien.

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