2009/11/01

Capítulo X


Siempre había tenido al inspector Eustaquio Trompeto por un icono representativo de la rectitud, el paradigma de la decencia. Cuando nos conocimos estaba en la cima de la plenitud física y era persona visiblemente excepcional de gran personalidad y carisma, con grandes dotes de mando e inquebrantable en sus convicciones. Era arrogante y decidido, cualidades que disfrutó aun en los más avanzados días de su vejez. Cierto es que algunos desarreglos hormonales propios de la edad le impulsaban hacia un comportamiento libidinoso y lascivo con las enfermeras, pero aun en los momentos de mayor deterioro mental, defendía los ideales que había mantenido toda su vida.

—¿Qué es para usted la justicia, señor inspector? —le pregunté en el curso de una sesión terapéutica.

—La justicia es el mecanismo que impone la igualdad entre los desavenidos. El peso que uno carga al hacerse responsable de sus actos. Venganza para unos, castigo para otros.

—Así como lo dice usted parece una injusticia —le contesté—. ¿No podríamos ver la justicia como la resolución de lo que es justo humanamente considerado en defensa del bien común?

—Sí, pero no es así. La justicia va más allá de la ley y solo podemos decir que se aplica cuando hay una condena, cuando el culpable paga su falta, antes no hay justicia.

—Fue usted un hueso duro de roer, ¿verdad?

—A ti te hubiera dado yo con un palo hasta sacarte los ojos. Ahora estoy acabado pero en otros tiempos hubierais sabido lo que es bueno. No era yo persona que se dejase maltratar de esta manera.

—¿No se arrepiente de haber sido tan excesivo?

—Con las ganas me voy a quedar. Y con jactancia puedo decir que a lo largo de mi vida he sufrido las penalidades más duras en defensa de la justicia. Fui lo duro que era necesario, sin ensañamiento, pero esta fortaleza me fue necesaria para soportar las afrentas a mi propia persona. Ten por seguro que no me iré a la tumba sin obtener mi venganza de una u otra manera. Yo seré la justicia. Yo caeré sobre vosotros con el peso de la ley.

—Estoy muy contento de verle tan animado. Pero encuentro excesivo que rememore con tanta energía la gloria de su juventud; las grandes hazañas quedaron atrás. A usted ahora lo que le conviene es absoluto reposo en la posición que le he explicado, con los pies en alto para que le llegue bien la sangre al cerebro.

Dejé al inspector con las piernas en alto atadas a una silla, y fui a dar una vuelta bajo los alcornoques. Qué día tan fantástico, me dije, y tras desalojar de un banco del jardín a dos psicóticos, me tumbé a meditar.

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2 comentarios:

  1. Hola,
    Te juro que hay momentos en que no sé dónde está la frontera. El último párrafo (me he reído en la soledad del cuarto) me ha vuelto a poner en órbita.
    Muy bueno, mucha mala leche, mucho un yo salvaje, mucho poner sobre el tapete la estupidez del mundo, que a veces es hermoso y otras veces no.
    Como respuesta a tu respuesta, está claro que la novela está trabajada a fondo. Me refería más bien a qeu rompes las reglas. ¡Y vaya si las rompes!!!
    Poco más, aquí uno, disfrutando.

    (PD: no soy especialista pero en el penúltimo párrafo (diálogo) este "rememoré" y el "(A) Usted..", no sé si deberías echarles un vistazo-)

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  2. Hola, Igor, me alegra mucho ver que sigues leyendo “El enigma de la cacatúa”. Te aseguro que este protagonista tiene reservadas algunas sorpresas, o por lo menos a mi parecer están por llegar las situaciones más divertidas.

    Creo que sí se rompen algunas reglas, pero tiene otras propias que mantienen la obra ceñida en unos límites. Creo haber tenido claro cómo tenía que ser la novela. Tal vez por ahora todo parezca casual y aleatorio, cosas que se cuentan sin un porqué. Pero estas vaguedades tienen una intención, si no voy errado son necesarias para entender, al finalizar la novela, cómo se relacionan los hechos, aunque, a decir verdad, eso para mí es lo de menos.

    Gracias, Igor
    Saludos
    Rafa

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