2009/02/15

El cyborg

Amancio Cuevas fue elegido para el papel de cyborg debido a su inusual tamaño. Era un monstruo. Un individuo enorme que al haberse dedicado a la minería desde muy joven se había convertido en una máquina de demoler granito a golpe de pico. Era la persona ideal dada su fuerza y constitución.

Un brazo suyo podría pasar por ser la pierna de cualquier persona, pero tiempo atrás, al intentar evitar que una prensa hidráulica aplastase la cerveza que se estaba bebiendo, puso el brazo en medio y éste le reventó en mil astillas, por lo que tuvo que serle amputado. Esto le hacía doblemente valioso pues se le injertó, para la película, un formidable brazo metálico cuya mano se accionaba por el movimiento del pequeño muñón que le había quedado adherido al codo. Aunque el artilugio pesaba más de veinte kilos él lo manejaba con espléndida soltura.

Era muy chato de cabeza, con muy poca frente y con una única ceja bien poblada que destacaba sobre unos ojos pequeños y una naríz irrisoria. Era una cabeza que por lo pequeña desentonaba bastante con el conjunto de su cuerpo, pero con el casco puesto su aspecto era impactante.

!Qué terrible que era! Había una escena en la que tenía que abrirse paso cruzando un bar y os puedo asegurar que fue sobrecogedor, daba más miedo que si allí mismo hubiera un oso furioso. Los extras no tuvieron que actuar mucho cuando Amancio, con el disfraz de cyborg, apareció en escena destrozando todas las mesas que encontraba a su paso, golpeándolas con su brazo mecánico haciéndolas volar en forma de escombros, aun cuando el guión sugería simplemente apartarlas. La escena quedó fenomenal, mil veces mejor que lo planeado, algo incluso chocante. Salió Amancio del bar reventando la puerta, resquebrajándose al tiempo todas las vidrieras del local. En ese momento pensé en lo valioso de mi adquisición. Presentí un gran éxito, pero muy lejos estuve de estar en lo cierto.

Todavía me hago cruces. ¡Qué desastre! ¡Dios mío qué desastre! El caos se desató al rodar la escena del supermercado, en la que Amancio debía impedir el robo de una banda de asaltantes encapuchados. ¡Qué locura! ¡Qué barbaridad! Nada mas entraron por la puerta los encapuchados y sin darles tiempo a pronunciar sus frases del guión, apareció Amancio atravesando unos estantes y les dio una terrible paliza por la que tuvieron que ser ingresados en cuidados intensivos. ¡Madre mía qué paliza! Hay que decir que la escena quedó genial, un realismo nunca visto.

De un primer golpe con el brazo mecánico produjo dieciseis fracturas en las costillas de la derecha al jefe de la banda, que del impacto salió por los aires expulsando por la boca un chorro de sangre. Después cogió a otro la cabeza bajo su brazo izquierdo y le dio tal monumental coscorrón con el brazo mecánico que quedó inconsciente en el suelo supurando sangre a través de la capucha. Intentaron huir los otros dos, pero sólo uno salió por la puerta; el otro fue agarrado por el cogote y estampado contra la pared sucesivas veces. Acto seguido lo sacó a la calle y lo lanzó por los aires una distancia de unos quince metros, con la intención de aplastar al último encapuchado, que no fue alcanzado por muy poco. Salió corriendo Amancio tras él así como si fuera una locomotora, dando unas zancadas de más de dos metros. Ordené a un cámara filmar la persecución, que se prolongó por las calles de la ciudad, ante la mirada atónita de los viandantes, que pudieron observar como el descomunal Amancio embutido en su traje cibernético corría por encima de los coches espachurrándolos con cada una de sus pisadas.

Alberto, que así se llamaba el extra, corría como un poseso perseguido cada vez de más cerca por Amancio, que se abría camino entre la gente a base de manotazos, dejando tras de sí un rastro de moribundos escampados por el suelo. Alberto, que se conocía la ciudad, se dirigió hacia la comisaría de policía, donde Amancio fue finalmente abatido al ser reventado su cuerpo con un misil, tras provocar una multitudinaria y sangrienta escabechina entre los agentes del orden que encontró a su paso.

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