2009/01/17

Capitulo IX


El Obispo Juana Mari, en las ocasiones en que su tiempo lo hacía posible, participaba en las sesiones de grupos de enfermos con trastornos sicóticos que yo tenía a mi cargo. Organizábamos debates y se analizaban las escrituras y la palabra de Dios. Los discursos del Obispo, aunque extensos, eran amenos, e inundaban de pasión a los pacientes, que normalmente terminaban llorando, emocionados con la profundidad de sus conmovedoras palabras y también por los coscorrones que el Obispo repartía antes de que el alboroto se produjera. Todas las sesiones eran grabadas, por lo que podemos contar con la trascripción exacta de una de sus más ejemplares intervenciones. Sabias palabras que los sicóticos aplaudieron mucho y que trasmito aquí con la esperanza de que sean escuchadas y tal vez interpretadas correctamente por los teólogos que en un futuro estudien sus enseñanzas. Considérese el uso de un lenguaje coloquial comprensible a los enfermos y el hecho que fueron relatados frente a una estufa de butano en una oscura tarde invernal en que ya se comenzaba a sentir la proximidad del aniversario del nacimiento en la tierra de Cristo, nuestro salvador. Mucho silencio había entre el auditorio, atentos todos a la clamorosa voz y apasionados gestos teatrales del Obispo Juana Mari.

Trascripción exacta de la grabación:

“La Navidad. Que cosa tan maravillosa es la Navidad. Y la Pascua es total; cuatro días seguidos, que si hay puente, es toda una semana. Vacaciones y festivos para todo el mundo todos los meses del año, gracias al sacrificio de una persona. ¿Quién de vosotros haría algo así? Ninguno, ¿verdad? Vosotros no ibais a aguantar ni el primer castañazo. Vosotros sois unos pecadores, unos zánganos surgidos de la incultura y el pecado, unos miserables desprovistos de toda virtud. Tenéis que arrepentiros mucho y rezar sin parar nunca jamás para purificar vuestra alma y poder optar así a la vida eterna de pleno goce.

“Supongo que ya sabréis, hijos míos, que en esta vida no todo son alegrías, pues al igual que a las flores del campo, no a todos os da el sol por igual, y como ellas, algunos crecéis en los más inmundos recovecos, como la cizaña y la zarza, que se extienden como una plaga y son muy difíciles de quitar. Pero cuando vuestra alma abandone esta triste desolación terrenal y escape de la atrofiada represión de vuestro cuerpo, la luz que tanto echáis en falta os alzará a la cima de la satisfacción y el eterno goce en el paraíso, como en una bacanal romana de total desenfreno. No contengáis vuestros rezos en agradecimiento de esta inconmensurable buenaventura.

“El mundo estaba sumido en un caos de barbarie y perversión, sometido bajo la tiranía de la ralea impura de sangre envenenada de poderosos decadentes; adoradores del diablo que consideraban digna la impiedad y legitimo esclavizar a las personas en su provecho. Matar, violar y dar palizas a los esclavos era cosa de la actividad diaria, extenuando hasta la ignominia la vida de otros seres humanos. Como lobos enfurecidos ampliaban su vasto imperio de barbarie con el exterminio indiscriminado de los placidos aldeanos, sometiéndolos a tortura y vejaciones de atropellada inmoralidad. Lloremos y recemos por el sufrimiento de aquellas pobres personas forzadas a una esclavitud horrorosa.

“Entonces apareció Cristo. Un chico joven y educado con un mensaje de paz y fraternidad. Un mensaje de igualdad y de amor al prójimo. Fue apaleado y pisoteado, y sucio rondaba por las calles vestido con harapos rodeado de gente atea e inculta que insultándole renegaban de él. Ese chico traicionado por todas las debilidades humanas era Dios todopoderoso, el creador de todo lo que existe. No era una persona normal y corriente, sino un ser divino que con su simple existencia guía el ritmo de los astros en todo el infinito y es consciente de lo que pasa con cada partícula de átomo que se mueve en el universo. El creador de todo lo que existe. ¿No hubiera podido él con sólo dar dos palmadas erradicar de la faz de la tierra todo indicio de maldad? Claro que sí. Pero, si así hiciera todas las almas irían al cielo envueltas en una apariencia de pureza, y dispondrían de la vida eterna para manifestar su propia esencia escondida, creando el caos y la confusión en el reino de los cielos. Las almas más puras, las que al ascender a los cielos se sitúan más cerca de nuestro señor se forjan en un entorno de desolación. El mensaje es muy claro y nos lo dejó por escrito. Dios nos exige sacrificio y bajo un cuerpo humano capaz de sentir como el nuestro, aceptó las peores condiciones de vida de los hombres para indicarnos que hay que perdonar la tiranía de los injustos al caminar por su senda, que es el único camino que no lleva al infierno. Luego se tuvo que ir, pero para que no le olvidemos nunca nos ha dado la fe, sentimiento profundo que como una planta crece al ser regado y que nos indica el camino hacia la salvación. Es importante concienciar a las personas de los peligros del ateismo pues se de buena tinta que en el infierno uno no se lo pasa muy bien, aunque algunos digan lo contrario.

“Temed mucho desviaros de la senda, pues el castigo vendrá. No basta como creen muchos, la vehemente suplica por el perdón de los pecados al borde de la muerte. Apretujados en inmensos calderos, abrasados en el fuego eterno cocerán hasta el final de los tiempos todos aquellos que confiando en el perdón tras sus postreros gemidos no adoraron lo suficiente a Nuestro Señor. Yo mismo he mandado al infierno a muchos que procedieron con semejante insolencia. La llama de la fe que alumbra las almas en su camino a los cielos, sin la cual en completa oscuridad vagarían inertes en una corriente que se adentra en los abismos de las tinieblas, se enciende tan sólo con el amor a Dios.

“Ahora de uno en uno ir viniendo que os confesaré y os daré unos cuantos azotes según sea el peso de vuestros pecados”

El Obispo Juana Mari supongo que iluminado por el espíritu santo dictaminaba las penitencias con una cierta severidad y era tal vez, un poco de la vieja escuela; gustaba mucho del martirio, retorciendo los dedos de los confesos, y la flagelación. Las hostias que daba no eran una simple galleta; golpes bastante contundentes recibían los sicóticos al terminar las sesiones, quedando estos tan aquejumbrados como redimidos. En una ocasión, supongo que plenamente justificada, de un puñetazo hizo que salieran volando dos dientes de la boca de un paciente, que por la cara que puso no se esperaba semejante penitencia. El Obispo Juana Mari sabía compaginar la severidad con la delicadeza y finalizaba las penitencias con unas bellas palabras de ánimo y consuelo. Tenía por norma que todos los pacientes del hospital estuvieran continuamente confesados por si se diese alguna muerte repentina. Su determinación y escrupulosidad eran encomiables; confesaba por los pasillos debajo de su capa iluminando con una linterna la cara de los confesos y a todos aconsejaba el camino correcto y se aseguraba del cumplimiento de las penitencias que impartía.

Personalmente yo tenía al Obispo por un santo y admiraba profundamente su esmerada dedicación y sincero duelo con los problemas de los pacientes. Su amor al prójimo sobreexcedía los mandatos de Dios en los sagrados mandamientos y era, a todas luces, un digno corresponsal de la palabra de Dios en la tierra. Yo atendía con exactitud a todas sus recomendaciones e indicaciones y no dejé de pedir su consejo sobre cualquier dilema ya fuera moral o personal que me preocupase. Días antes de la sesión en que se aprobó el cambio de indumentaria en las enfermeras, había estado hablando con él sobre un asunto que me tenía preocupado:

—Buenos días, Su Reverendísima Santidad —le dije—. Le he estado buscando por la capilla.

El Obispo Juana Mari estaba tumbado sobre el césped en camiseta y con pantalones cortos sobre una toalla, exponiéndose a los agradables rayos de sol de aquella mañana primaveral. La impoluta blancura de su cuerpo daba la sensación de tener una luminosidad propia. Quedaba de esta forma a la vista gran parte de su inmensa barriga así como la grandiosidad de sus extremidades. Sus pequeñas aunque rollizas manos le ayudaron a reincorporarse levemente.

—¿Querías confesarte?

—No exactamente. Quería saber su opinión sobre un asunto muy grave que encuentro requiere su desaprobación o beneplácito para salir de la duda en que me encuentro.

—Arrodíllate y cuéntame de que se trata.

Tras besar los anillos de Obispo, que aún siendo de plástico relucían en sus manos como el mismo metal que imitaban, comencé a decir:

—Hablaba esta mañana con el doctor Gabriel, y en su opinión un medico debe de hacer todo lo posible por mantener la vida de un paciente, así es la ley y me parece bien. Pero pienso en el inspector Eustaquio; le hemos salvado la vida en numerosas ocasiones. Cada vez está más enfermo; ya no se vale por si mismo y está perdiendo el juicio irremediablemente. Cada día está peor. ¿Hasta qué grado de degeneración física y mental lo tenemos que llevar; a él tan digno y sobresaliente en su juventud?

—¿Él se quiere morir? —preguntó el Obispo—.

—No, de ninguna manera —contesté—. Pero ya no es ni la sombra de la persona que fue. He hecho todo lo que he podido para que superase el trauma de su secuestro, pero ha vuelto a recaer. Ya no puedo esperar que su deteriorado cerebro asimile las terapias. Dice disparates y rechaza a los médicos que le cuidan insultándoles, diciendo unas barbaridades terribles. Me duele profundamente tener que ver cómo tras cada intervención empeora su salud. Su cerebro no funciona y su cuerpo sufre.

—Esto no es el cielo, Braulio. El propio Cristo ascendió a los cielos tras una muerte de sufrimiento extremo. Dios nos ha dado un cuerpo capaz de sufrir un dolor atroz. El dolor no es importante ni tampoco el tiempo que pueda durar su vida. ¿Acaso te importa a ti aquel dolor de muelas que tuviste de pequeño? En el cielo ya no se sufre, allí todo es felicidad. Otra cosa es el infierno, que allí no se deja de sufrir.

—Pero de no intervenir en ninguna forma moriría cuando la madre naturaleza quisiera, bajo los designios de nuestro Señor —le dije—. Estoy pensando que le estamos impidiendo morir cuando le toca.

—Haces bien en preguntar, pero a Dios le trae sin cuidado cuando muera el inspector. ¿Cuántos hay en este hospital que sufren diariamente? Dios todopoderoso no tiene ningún interés en intervenir en la vida de los hombres y si interviene no va a ser para rematar a las personas que sufren. Los designios de Dios nos superan a todos, no los podemos entender porque están por encima del entendimiento humano; pero ten por seguro que todo es como tiene que ser. La vida es como es y es tan sólo un filtro por donde hemos de pasar. ¿Me entiendes?

—Más o menos

—A Dios le dan absolutamente igual los problemas de los hombres. ¿No podría Él, omnipotente, evitar que zozobre en alta mar la barca de unos humildes y devotos pescadores que no han hecho nunca mal a nadie? Sí, pero no lo hace. Si haciendo una caca en el bosque detrás de un árbol te muerde una serpiente es problema tuyo.

—¿Acaso no le importan las personas?

—Braulio, esto que dices me deja turbado —dijo el obispo con notoria seriedad—. ¿Acaso dudas de que nosotros las personas somos hijos suyos, el orgullo de su creación, a imagen y semejanza? No a imagen y semejanza del hombre de Cromañón, como ya te he explicado en otras ocasiones. A Dios le importa la salvación del alma que tenemos las personas, aquella que surgió al nosotros nacer, que crece con nosotros y que al ser liberada de su envoltura corporal, si es digna, se alza al paraíso que hay en los cielos. ¿Entiendes lo que te quiero decir?

—Sí, creo que sí. Pero no creo que el inspector deba de seguir sufriendo. Me hace usted pensar que su alma se está deteriorando dentro de su cuerpo. El inspector, que en su día fue persona ejemplo del máximo comedimiento, en la actualidad no pierde oportunidad de magrear un poco de chicha, incluso a las enfermeras más estrambóticas y mal hechas. Esta mañana me lo he encontrado besándose apasionadamente con otro hombre en la piscina. No se merece acabar en este extremo de degeneración.

—Pero si eso es muy bonito. Que romántico. Me encanta. ¿En qué piscina?

—En la piscina del hospital.

—Pero si el hospital no tiene piscina.

—Sí, hay una en la parte de atrás de las residencias médicas.

—¡Qué estupendo! Luego después de misa iremos a darnos un baño.

—Buena idea. Pero sobre el inspector, ¿no piensa usted que llegado a ese extremo de degeneración lo más saludable es morirse en paz?

—Piensa, Braulio, que la cercanía de la muerte y la desesperación del sufrimiento prolongado, despiertan inexorablemente en las personas la confianza absoluta en un poder divino y redentor. Y es en la agonía de los últimos días cuando el arrepentimiento es mayor y más completa la confesión. Aún cuando todo lo que quede por vivir sea penuria y penitencia, ha de servir, cuando menos, como paliativo cuando llegue el momento del juicio final.

—Ya entiendo.

—Además, el sufrimiento del inspector permite a otros poder ayudarle, y ayudar a los demás es una buena acción muy importante con la que el alma de un hombre puede redimirse de algunos pecados, no muchos, pero pueden ser decisivos. Es obvio, por otro lado, que evitar que muera quien sólo puede sufrir intensamente es una salvajada y un terrible pecado, en mi opinión espantoso y digno de ser castigado con el infierno sin trámite ninguno. Pero bueno, hay manga ancha, ya sabemos que Dios es misericordioso. Si no es tu intención la tortura no te has de preocupar. Flagélate con insistencia si sientes algún morboso placer viendo agonizar a las personas.

—No es mi caso —dije—. Sólo compasión siento y el dolor que le veo sufrir me duele tal si fuera yo el que padece. Esta mañana sufrió el inspector un paro cardiaco. Estaba ya completamente muerto tumbado en la camilla, sin pulso y yo a punto de ponerme a llorar encima de él, cuando con un desfibrilador el doctor Gabriel le devolvió a la vida. ¿Es esto cristiano?

—La divina providencia ha guiado este acto —dijo el Obispo bastante conmovido elevando sus brazos hacía el cielo—. A través del doctor Gabriel se demuestran los designios de Dios, pues se le concede al inspector una última oportunidad para salvar su alma. Braulio, el señor inspector hace tiempo que no se confiesa y tengo por seguro que no me ha contado ni una minúscula parte de los pecados que ha cometido. Se ha vuelto terriblemente ateo y de no confesarse y recuperar su fe, su alma será condenada al más recóndito infierno.

—¿El señor inspector? Pero si fue en su vida un modelo de humanidad y decencia.

—Pero también pecó, y no se podrá salvar sin el arrepentimiento por sus pecados. Haber perjudicado al prójimo, aún con el consentimiento de la sociedad, no deja de ser pecado.

—¿Quiere decir que de haber muerto el inspector su alma se hubiese ido al infierno?

—Sin lugar a duda. Luego pasaremos a verle y rezaremos el rosario junto a su lecho de muerte.

—Muchas gracias Su Elevadísima Excelsitud por sus palabras, pues ahora veo con claridad algo no veía.

Esta conversación con el Obispo despertó en mi un profunda preocupación y trasformó la resignación de ver próxima la muerte del inspector Eustaquio Trompeto en un temor angustioso y ancestral, semejante al que siente una perdiz antes de ser decapitada, mirando espantada en un cubo las cabezas ensangrentadas de su familia y compañeras. Menos angustia siente la madre del aguilucho cuando su único polluelo se lanza por el acantilado dispuesto a emprender su primer vuelo, y aún sin perder jamás la esperanza aumenta su preocupación hasta el momento en que la cría, ya patitiesa del susto, impacta en el duro suelo. Ni la más remota idea cruzó nunca mi pensamiento que me hiciese temer la posibilidad de que el señor inspector Eustaquio Trompeto no fuera a ser merecedor de la divina recompensa.

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13 comentarios:

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  2. Hola Rafael, por primera vez visito tu blog, y creo que es un lugar diáfano y agradable, los colores son amistosos. Me gusta la encuadernación de las novelas para familiares y amigos, veo que eres muy creativo.
    Trataré de leer tu novela poco a poco, pero debo copiar y pegarla a Word, luego pasarla a disquete y llevarla a casa, (todo un proceso), pero así es como hago siempre, ya que no tengo mucho tiempo durante el día, y en casa no hay Internet.
    He puesto en mi blog un enlace al tuyo.
    Fue un gusto visitarte,
    Abrazos,
    Blanca

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  3. Te aseguro que te leere poco a poco.
    Eres mallorquín? Joer genial, ya quedaremos algún día. Yo vivo por palma.

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  4. Amiga Blanca, tus opiniones y consejos los estimo en gran medida y es muy grato para mí pensar que mis letras puedan ser de tu gusto. Me considero escritor, me gusta escribir, pero me quedo sin palabras para agradecerte que me leas y me hagas tus observaciones. Quisiera que sepas que estas simples palabras que se dicen de forma tan corriente salen de mi alma como un gemido de salvación: muchas gracias.

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  5. Amigo Andrés, no tenemos que postergar demasiado esas cervecitas. Yo también vivo por Palma, pero ando mucho por el pueblo. Enseguida que tenga resueltas dos cositas que me traen de cabeza, insignificancias intrascendentes en un mundo que no deja de girar, nos ponemos en contacto. Tenemos muchas cosas de que hablar. Un abrazo y hasta pronto.

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  6. El escrito me parece excelente Rafael, me gustó mucho las ironias y el humor sutíl que has usado.

    Me agradaría dieras tu opinion sobre los mios

    http://lacomunidad.elpais.com/pretension-de-novelablog

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  7. el arcangel dice: Sera el desasosiego o la incertidumbre del paro, o aun peor,el tormentoso designio de una mente que no puede evitar la mortificacion por la total credulidad de la inmortalidad del cangrejo.voy a por el segundo capitulo, no sin antes advertir, que he salido de este,brutalmente perforado,seguire leyendo mientras queden neuronas.

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  8. ¡Hola! ¿Qué tal?

    Claro, pero solo dije su parte mala. También hay otra buena, y esa no debemos dejarla nunca atrás.

    Intentaré leer tu novela poco a poco (ahora los exámenes nos atacan a muchos), parece interesante y siento curiosidad ante este tipo de cosas.

    Gracias por pasarte, =). See u!

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  9. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  10. Muy agradables arcangel tus comentarios, principalmente porque nada me complace más que ver que se ha captado mi intención. Me parece advertir que compartimos el gusto por el humor caótico y espero que te hayas divertido con los disparates máximos que adornan “El enigma de la cacatúa”.
    Me has pedido un nuevo capítulo y pienso complacerte. Quería decirte que el proceso de actualización de capítulos está relacionado con los comentarios en el blog, por lo que espero disculpes, al haber todavía pocos interesados, que añada tan sólo un nuevo capítulo.

    Muchas gracias otra vez por tus graciosas contribuciones a este blog.

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  11. Hola Sonne, me alegra mucho verte por aquí. Los exámenes son lo primero, por supuesto. Ya llegará el momento en que le puedas dedicar un poco de tiempo; lo que sí te aseguro es que “El enigma de la cacatúa” es en extremo antagónico a cualquier materia de estudio.

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  12. Creo que empiezo a entender que aquí, lo realmente importante es el descuartizamiento de nuestro mundo tant ordenado y el lenguaje, la expresión con palabras. La historia (tú me das un toque si me equivoco) es secundaria, es un marco para poder decir cosas como "pecadores, unos zánganos surgidos de la incultura y el pecado, unos miserables desprovistos de toda virtud".
    No los he leído, pero estoy seguro que en los manuales del buen escritor, prohíben expresamente introducir monólogos del Obispo Juana Mari. Y en cambio sigo leyendo y divirtiéndome y riéndome con este artefacto bestial, casi infernal.
    Saludos.

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  13. Sí, tienes toda la razón. Prima la situación sobre la causa que la propicia, pero existe una trama en mi opinión creíble y consistente que circula por debajo de la narración. Es una trama bastante compleja. Braulio tiene casi toda la información pero es inconciente de cómo se relacionan unos hechos con los otros. En el último capítulo se explica qué pasó realmente por boca del doctor Gabriel.

    Aunque dudo de que haya dado con la forma más apropiada, ha sido muy meditado el orden en que se narran los hechos. La línea temporal esta quebrada por todos lados y se cuentan primero cosas que pasan después. Esto, espero no estar equivocado, tiene que tener un efecto positivo en el lector cuando se le cuente algo de lo que tiene las antecedentes suficientes.

    Te pongo un ejemplo:

    Ya sabemos que Joaquín Buenpie murió al tirarse por la ventana “acosado por la alucinación de una rata gigante”. Los hechos se cuentan en el capítulo XXXII, cuando el lector entiende toda la trascendencia de esa situación. No quiero decir que sea el detonante, pues hay muchos más.

    Muchas gracias, Igor, por leerme. Te aseguro que las situaciones más locas y disparatadas están por llegar.

    Saludos
    Rafa

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