2008/12/18

Capítulo II


En las sesiones del tratamiento psicológico del señor inspector analizábamos los sucesos ocurridos en Santa Julieta como parte de su terapia de recuperación. Gracias a la grabadora que de un casual le pude robar al inspector Eustaquio mientras hacia sus necesidades, dispongo de numeras grabaciones de las sesiones, en una de las cuales el inspector Eustaquio relata sus primeras impresiones sobre el caso y los motivos que le llevaron al restaurante “La Cacatúa”.

Eliminando algunas expresiones reiterativas no necesarias para su comprensión y las modificaciones mínimas que hagan más sencilla su lectura, pues el señor inspector era muy dado a las onomatopeyas, las blasfemias y a imitar con la voz las intervenciones de sus interlocutores, he compuesto una trascripción de la grabación que es perfectamente fiel a su testimonio.

Señoras y señores guarden silencio, por favor. El señor inspector en uno de sus brillantes momentos de lucidez, gracias también a los despilfarros que la estupenda enfermera del ceño fruncido hace con las dosis de morfina que comparte con los pacientes, se dispone a deleitarnos con ameno discurso y con información clasificada sobre los sucesos ocurridos en Santa Julieta.

—Buenos días señor inspector —le dije al cruzar la puerta de su habitación—. ¿Qué tal se encuentra hoy?

Muchas veces no me contestaba, y se limitó a mirarme con una expresión de odio absoluto. No era un paciente fácil de tratar y sufría además de bruscos cambios de humor, pudiendo compararse sus arrebatos a la erupción de un volcán o al estallido de una bomba. Era conveniente mucha sutileza y romper el hielo con unas palabras de elogio, para dar cebo a su vanidad.

—Hace usted muy buena cara; con la dentadura postiza parece haber rejuvenecido veinte años por lo menos. Por un momento me ha hecho recordar al apuesto inspector que conocí en el restaurante “La Cacatúa”.

Mientras el inspector Eustaquio mudaba su expresión en una sucesión de gesticulaciones terroríficas, yo continué diciendo:

—Han pasado ya muchos años desde entonces, ¿verdad señor inspector? Yo siempre le he estado muy agradecido de que salvara la vida de mi cerdo. ¡Qué gran hazaña! Estoy seguro que debió ser una de sus intervenciones más meritorias. Demostró usted una gran perspicacia.

—¡Yo no creo que fuera para tanto! —me gritó el inspector, incendiándose su cara por una ira incontenible, simulando con las manos estar retorciéndome el pescuezo con una saña excesiva.

—Que cosas dice. Aquellos fueron los buenos tiempos, su momento de gloria. ¿Piensa que no, señor inspector?

—Y una mierda.

—Sí, tiene usted razón, cometió algunos errores, pero aún así, ¿no cree que aquellos tiempos eran mejores que los de ahora? Antes por lo menos no tenía que llevar pañales.

—Los únicos buenos tiempos de mi vida son antes de conocerte —me dijo con visible enfado apuntillando la frase con calificativos despectivos como desgraciado y anormal.

Esto, en verdad, me disgustó bastante, pero no tanto como otras cosas que me llegó a decir sin pensar. Podía llegar a ser bastante desagradable.

—Quería que habláramos un poco sobre el restaurante “La Cacatúa”. Quisiera me contara cómo intuyó usted que la vida de mi muy querido cerdo estaba en peligro. Yo nunca he entendido cómo lo supo usted, y cómo apareció usted tan oportunamente, en momento tan trascendental.

—¡Otra vez! —gritó encolerizado—. ¡Ya te lo he dicho cientos de veces que la vida de tu cerdo a mí me importaba un pimiento!

—Ya bueno, quería me lo contase una vez más. A usted que más le da. Por lo que tiene que hacer.

—¿Qué es eso que tienes allí? Devuélveme mi grabadora que la vas a romper. Deja de hacer el payaso con mis cosas.

—Ya se la devolveré. Es que luego no me acuerdo de lo que me ha dicho. Y tenga en cuenta que si no me la deja y no me cuenta lo que pasó llamaré al doctor Laurencio para que le haga una sesión de acupuntura. Como usted quiera, una terapia u otra.

—No, no, eso no. Está bien. Pero luego me la devuelves.

—No se preocupe. Venga comience a hablar que ya está grabando.

—¿No estarás grabando encima de mi cinta de José Luís Perales?

—No, claro que no.

—Está bien, pero luego te vas a dar una vuelta y me dejas en paz un rato, ¿vale?

—De acuerdo, pero hágalo como usted sabe, que ha de quedar bien y se ha de entender.

—Pues tú no interrumpas y ahora calla. Nos remontaremos a la mañana del 22 de septiembre del 86. Recuerdo muy bien aquel día, fue el día que tuve la desgracia de conocerte. ¿Seguro que está grabando?

—Si.

—Pues atiende, a ver si te enteras. Fue un día muy caluroso o tal vez fuera que las lluvias del día anterior hiciesen aumentar la sensación de vaho y humedad en el ambiente. En mi despacho el aire acondicionado estaba estropeado y puesto que no había mucho trabajo, me encontraba en el bar.

—Intente no irse demasiado por las ramas, por favor.

—Si quieres que te lo cuente, te lo cuento a mi manera y si me interrumpes se acabó.

—Está bien continúe.

“Yo había dado orden a la telefonista de pasarme la llamada a la cantina en caso de algo importante. No tardó en sonar el teléfono y me llamaron desde la barra del bar con un grito. Ring, ring, sonó cuando después del carajillo me estaba fumando un purito —tras decir esto el inspector Eustaquio simuló darle dos buenas bocanadas a un cigarro—. Contesté al aparato y la telefonista me notificó haber recibido tres llamadas denunciando la aparición de una momia en Santa Julieta. Le dije a la recepcionista que llamara al instituto de arqueología que ese no era asunto de nuestra competencia y ella me dijo, pon atención atontado, no tratarse de ningún cadáver, y que si lo era se movía como si estuviera vivo.

“En un principio la telefonista pensó que era una broma, me confesó, y hasta que no llamaron de jefatura no me quiso molestar. Por lo visto la policía nacional y la guardia civil habían recibido también numerosas llamadas denunciando el avistamiento de una momia. Desde luego que era asunto poco corriente que seguramente se trataba de una broma, pero cuando la policía llegó al pueblo un gran número de personas decían haber visto a la momia. Se hizo un gran despliegue, registrando el pueblo y sus alrededores completamente, establos, pozos e incluso unas grutas de la montaña, pero la momia no apareció por ningún lado.

—Señor inspector, disculpe un momento —interrumpí—. ¿Está seguro de que era una momia?

—Claro que estoy seguro. Esto que te cuento es una verdad absoluta que si escuchas y no me interrumpes entenderás a la perfección.

“Yo nunca llegué a ver a la momia, pero algo había pasado en Santa Julieta, de eso no hay duda. Cuando yo llegué al pueblo había bastantes ambulancias trasladando los lesionados más graves y muchos de ellos estaban aún escampados por las calles junto con algunos desmallados. Había mucho barullo de gentes recogiendo la plaza, que parecía haber sufrido el paso de un tornado. Municipales proseguían la investigación interrogando a la gente. Algunas señoras tenderas se lamentaban con grandes gritos por las perdidas sufridas en su mercancía. Yo me fui al bar del centro, tenía la boca pastosa y me pedí un Bloody Mary; no tenía costumbre pero en aquel momento me pareció apetecible. El bar estaba muy concurrido.

“El dueño del bar se me quedó mirando desde detrás de la barra con expresión perpleja y me dijo:

—Señor, me temo que no voy a tener de eso. Estamos en España. ¿Lo sabía usted, verdad?

—Es un cóctel de zumo de tomate y vodka. Y no es tan raro —le respondí—. ¿Tiene usted zumo de tomate?

—Sí, pero como comprenderá no me voy a poner a exprimir tomates —me dijo.

—¿No tiene de botella?

—Si.

—Pues ya me va bien. En un vaso de tubo dos cubitos me pone el vodka y me trae el zumo, trocito de limón para exprimir unas gotas, pimienta molida y el tabasco.
“Le di a probar al dueño y tanto le gustó que se preparó uno para él. Sin salir del bar me enteré de todo lo ocurrido aquella mañana.

—¡Que sagacidad!

—No me interrumpas, que me desconcentro —dijo el inspector Eustaquio.

“La noche anterior a la aparición de la momia había habido una gran tormenta que había causado inundaciones y algunos derrumbamientos. Según la gente del bar la tormenta había dejado la plaza de la iglesia bastante sucia, y tuvieron que trabajar duro y de buena mañana las gentes de Santa Julieta para dejarlo todo listo y poder así dar comienzo el mercado, que se celebraba todos los jueves. Los barrenderos hicieron servicios especiales y finalmente se pudieron montar los tenderetes. El sol resplandecía intensamente y las blancas telas adornaban la plaza entre el bullicio creciente. Música de Tomeu Penya sonaba por los altavoces cuando yo llegué, aunque pudiera ser que cuando apareció la momia estuviera sonando algún otro disco. Tenderos venidos de todas partes del mundo exponían en el suelo sus productos y parece ser que aquella mañana la plaza estaba muy animada.

“La primera noticia del avistamiento de la momia —prosiguió el inspector Eustaquio tras una breve reflexión— la dio un niño de doce años muy conocido en el pueblo. Apunté con disimulo su nombre: Pepito Grillo, que después comprobé que no era su verdadero nombre sino Graullo, de ascendientes franceses.

“Según la opinión de los presentes en el bar, a pesar del jolgorio reinante en la plaza y la música de los altavoces no se dejó de oír los gritos de una estampida de niños que entraban a trompicones a la plaza desde el callejón de la iglesia. Los adultos de aquella parte de la plaza al verlos venir intentaron pararlos, quedando consternados al ver el susto extremo de los niños, que chillando con todas sus fuerzas se revolvían con fiereza y se intentaban escabullir, completamente aterrorizados. Gran sorpresa fue ésta, pero bastante menor a la impresión que produjo en los presentes el ver aparecer una momia en plena mañana bajando detrás de los niños.

“Todas las descripciones de la momia eran coincidentes y semejantes a la clásica imagen que uno tiene de una momia. Quienes vieron de cerca a la momia confirmaban que no se trataba de un burdo disfraz. El vendaje se desprendía de su cuerpo dejando ver un rostro desfigurado de piel sangrante repleta de mucosidades y supuraciones. Los ojos rojos, ensangrentados, dijo una señora, tenían la mirada del terror. Un bramido ahogado, a todo juicio espeluznante, emergía potente de su gaznate y nunca cerraba la boca. Al parecer, según la opinión de los presentes, llegó deslizándose como impulsado por una fuerza oculta, agitando intensamente los brazos. Quedó la momia frente la mirada atenta de los presentes, que por la sorpresa e incredulidad, quedaron momentáneamente atónitos, viendo como ésta, con los pies juntos y sin moverse del sitio, gesticulaba sorprendentes movimientos espasmódicos. Y de repente, al tiempo que emitió una atronador bramido, exhaló una lluvia de sangre sobre las cabezas de aquellas gentes produciendo de inmediato una situación de histeria y descontrol. Sea como fuere, la gente reaccionó con pánico.

“Todos los desperfectos en la plaza y el gran número de heridos se produjeron cuando la gente huyó en estampida, creando una avalancha imparable de cuerpos que llevados por la histeria arrasaron con la plaza, pasando unos por encima de otros. Los accesos a la plaza, rebosantes de tenderetes y gentes desconcertadas, dificultaban las salidas y empujados por el alud de gente asustada y debido a la pendiente se produjeron deslizamientos generales de la muchedumbre y gran variedad de lesiones. Las calles de Santa Julieta son muy empinadas. Los tenderetes quedaron desmantelados y desperdigados los diferentes productos de artesanía y ropas. Gracias a Dios no hubo que lamentar ninguna muerte.

—¿Y el párroco?

—¿Qué pasa con el párroco?

—¿No murió el párroco de Santa Julieta atrapado por el mortal abrazo de la momia?

—No, creo recordar que se desmayó pero no murió nadie.

—Pues, paciencia, que le vamos a hacer. Prosiga por favor.

“La momia, según opinión de los presentes en el bar, aún moviéndose con lentitud pasmosa perseguía a las gentes que habían quedado atropelladas en el suelo, que se alejaban de ella arrastrándose con el resto de sus fuerzas, gritando en demanda de auxilio. Un personaje del bar hizo una apreciación curiosa, pues dijo que la momia andaba como si su cuerpo estuviese dislocado, y que avanzaba retorciéndose y estirándose. Dijo también que la momia en un par de ocasiones se quedó completamente paralizada, como si hubiera quedado agarrotada.

“La callejuela más próxima a la momia, al otro lado de la iglesia, estaba taponada por un cúmulo de gente histérica y asustada, que al acercarse la momia quedó despejada en breves momentos. Unos se subían por la pared, otros por los toldos y pasando unos por encima de los otros dejaron libre la calle por donde se fue la momia. Y no se la volvió a ver. Se sabe que callejeó un poco y tras una esquina desapareció.

“Yo —prosigue el inspector— salí del bar y cruzando la plaza me dirigí hacia la iglesia. A mano derecha de la entrada principal de la iglesia, una callejuela de cantos rodados ascendía haciendo una curva; por allí supuestamente apareció la momia. Esta callejuela resbalaba bastante y daba a una pequeña plaza con una fuente, donde comunicaban tres calles más. En aquella fuente circular advertí una mancha de sangre bastante reciente, que por su forma parecía ser debida a haberse alguien golpeado con la cara. Recogí muestras para su posterior análisis. En una esquina observé otro rastro de sangre en el suelo indicando la calle del centro y proseguí en aquella dirección por una pendiente bastante acuciada. Era una calle estrecha cuyos balcones quedan muy cerca de los de enfrente y con unos enormes portones de madera.

“Subí por aquella callejuela hasta que vi en la acera una señora sentada en una pequeña silla de mimbre haciendo calceta, y le pregunté:

—¿Vive aquí Pepito Grillo? Me han dicho que vive por aquí cerca.

“Sin responder palabra me observaba la mujer con una mirada escrutadora semejante a la que pone una bruja mirando la bola adivinadora. Proseguía con su labor a toda velocidad mientras mantenía fija su mirada en mí. Finalmente levantó el labio superior para mostrar los dientes, grandes e impolutos aunque un poco torcidos y dijo:

—¿Pregunta por el chiquillo?

—Sí, exactamente —le dije—. Me han dicho que él fue el primero que vio a la momia y quería hablar con él.

—Pues vaya a usted a saber por dónde andará. Y sí que vio la momia, que justo salía el chiquillo por esta puerta cuando la vio salir corriendo de la consulta del doctor. El chiquillo se dio un gran susto.

—Perdone, ¿de dónde dice que salió la momia?

—Pues de la consulta del doctor Gabriel. Salió corriendo tan rápido que se golpeó en la pared de enfrente. El pobre niño se dio un susto terrible y espantado salió corriendo como un loco. El Cochinillo rebotó en aquella otra pared y casi pasa por encima del niño, y resbalando llegó hasta la fuente. Había algunos niños por allí que estaban jugando por allí.

—¿Quiere decir que usted también vio a la momia? —pregunté a la señora.

—Sí.

—¿Qué dice usted de un cochinillo?

—Pues que se trataba de un tal Paco, el Cochinillo, que así le llaman, que tenía todo el cuerpo vendado. Lo tuve bien cerca. Daba pena verle. Apenas se le veía la cara, pero tenía los ojos hinchados, como si le hubieran golpeado. Los pelos se le asomaban por en medio de las vendas, que estaban ensangrentadas y parecía dolerse de golpes en las costillas. Apenas podía andar.

—¿Y está usted segura de reconocerle?

—Seguro. Esta mañana cuando terminé de hacer mis faenas salí a descansar un rato y me senté aquí mismo, donde estoy ahora, y lo vi llegar; le acompañaba el doctor Gabriel. Llevaba una manta encima y estaba calvo, pero estoy segura de que era él. Y cuando salió corriendo de la consulta, la enfermera lo llamaba gritando su nombre. El pobre chico chillaba y estaba muy alterado. Trabaja en el restaurante de abajo “La Cacatúa”, a veces voy con mi marido, que es muy amigo del doctor.

—¿Paco no vive en el pueblo, verdad? —Pregunté aprovechando la sabiduría de mi oportuna confidente.

—Creo que vive en el restaurante.

—Me ha sido usted de gran ayuda. Creo que haré una visita al doctor. Muchas gracias —le dije.

“Todo aquello aunque seguía pareciendo una invención descabellada se empezaba a aclarar. Entré a ver al doctor. Era una clínica que me pareció estar muy bien. Pequeña, desde luego, pero limpia y ordenada. Cristal, piedra y separaciones de madera lacada en blanco le daban un aspecto elegante. El recibidor era alto y espacioso, de paredes y techo de piedra caliza, haciendo una cúpula. En aquel momento estaban desbordados de trabajo, con numerosas personas en espera, gentes del pueblo accidentados. Enseguida una señorita realmente agraciada vino a atenderme al enseñarle la placa, saliendo de detrás del mostrador.

—Buenos días, señorita —le dije—. ¿Podría hablar con el doctor Gabriel?

—En estos momentos no se encuentra aquí —dijo la chica dulcemente—. Hoy tenía cosas que hacer en Palma. Si yo puedo serle de utilidad.

—Pero esta mañana el doctor ha estado aquí —dije mirándola con gravedad—. ¿A qué hora se ha ido?

—Serian las once y media —me dijo, y luego me pidió si podíamos postergar la entrevista para un mejor momento—. Como puede ver tengo mucho trabajo que hacer.
—Dígame señorita —dije mirándola fijamente con gran seriedad—. Supongo que ya sabe usted que la momia que ha causado todo este revuelo salió de aquí, ¿verdad?

—Sí, ya sé —dijo ella.

—Y supongo sabrá decirme qué ha pasado.

“La enfermera manifestó cierta turbación, pero confirmó tratarse de un paciente que había sufrido importantes quemaduras en el cuerpo, y tuvo que ser completamente vendado. Poco después de que se hubiera ido el doctor Gabriel, se fue corriendo sin decir nada. Averigüé su nombre completo y me confirmó tratarse de un trabajador del restaurante “La Cacatúa” de las afueras del pueblo.

—¿Quién se encargó de atender a el tal Paco Cochino?

“La enfermera se volvió a mostrar dubitativa, pero finalmente me dijo que al paciente, Paco Cochino, lo trajo el doctor Gabriel y que él mismo le atendió en su consulta. De lo que ocurrió en la consulta del doctor Gabriel aseguró la enfermera no saber nada. Tampoco se hizo ningún parte de ingreso, al estar Paco cochino bajo la tutela legal del doctor Gabriel.

—¿Le vio usted llegar a la consulta? —la pregunté.

—Sí. Parecía haber sufrido una intensa exposición al fuego. Había perdido el cabello y recibido intensas quemaduras por todo el cuerpo. Además estaba bastante sordo, por lo que pensé en algún tipo de explosión.

“La enfermera no pudo decirme nada más y creo que era sincera. Otra cosa, me dijo que cuando el doctor Gabriel se fue, le dejó encerrado en su consulta.

—Quisiera ver, antes de irme, la habitación donde estaba Paco, si no le importa —le dije a la enfermera.

“Me enseñó la consulta del doctor Gabriel y allí no encontré nada que pudiera ser revelador. Ningún rastro de sangre, ni allí ni en las otras habitaciones, que también quise inspeccionar. Le pedí un listado de pacientes de aquel día. Con un interés creciente por dilucidar los hechos ocurridos opté por personarme en el restaurante “La Cacatúa” donde me habían dicho que trabajaba Paco Cochino, para buscarle allí, y cuando hablé contigo me enteré de la muerte de Joaquín.”

—¿Responde esto a tu pregunta?

—Y qué quiere que le diga. Creo que todo lo que ha dicho es un disparate terrible, aunque desde luego que para ser una invención es bastante sorprendente.

—Todo esto que te he dicho es la pura verdad y si no te enteraste de esto es porque eres tonto del bote, un zoquete.

—Sí, lo que usted diga, como siempre el inspector tiene razón, aún cuando dice las más obvias tonterías.




8 comentarios:

  1. Rafa:

    He leído hasta el capítulo III, página 19, disculpa que no vaya más rápido, pero estoy leyendo otras cosas al mismo tiempo, bueno, no simultáneamente, claro. Pero no es por falta de interés, que de todo lo que tengo por leer es una de las novelas más entretenidas, y te lo digo en serio.

    Tu estilo me hace recordar un poco al de Gabriel García Márquez, pues cuentas las situaciones más inverosímiles con una propiedad envidiable, y haces que el relato cobre visos de realismo mágico, aunque poco a poco me voy dando cuenta que cada situación tiene un motivo específico, como por ejemplo, que la momia no haya sido momia en realidad sino Paco Cochino que se quemó en La Cacatúa. A propósito de esto: el título debería ser El enigma de La Cacatúa, pues no te refieres a una cacatúa cualquiera sino al nombre de un restaurante. Te confieso que por momentos no podía evitar soltar una carcajada, dados los momentos ridículos, pero que no desmeritan en nada la novela. Es como cuando un hombre cuenta chistes, si lo hace con parsimonia, serio y eso, causa más hilaridad que si él mismo se ríe de lo que dice.

    Creo que tu novela tiene ese sabor, la adjetivación que en cualquier otra novela pudiera parecer extrema, aquí luce perfecta, encaja con el estilo que has escogido, que no sé si es tu estilo o es la línea que has deseado darle. Claro, que todo es muy subjetivo, ya ves que algunas personas consideran que hace falta una profunda revisión, yo creo que la revisión es más de pequeños detalles, pues la falta de sintaxis en algunos casos queda bien, digo algunos casos, siempre que no lleve a confusión. Me refiero a la alteración del orden de las palabras, claro.

    El inspector Eustaquio Trompeto, ja, ja, qué buen nombre! Está en un psiquiátrico, y resulta que el narrador es quien lo atiende y en lugar de curarlo hace lo posible por volverlo loco, ja, ja, una situación por demás surrealista... Es que la novela desde sus primeras líneas cobra interés, empezando con la muerte de Joaquín Buenpie, que dio un mal pie, ja, ja, y se tiró ventana abajo. La parte del secuestro de Paco Cochino a manos de los ecuatorianos, es otra de las peripecias absurdas, pero que entra en el guión que quieres imprimir, una especie de comedia de lo absurdo. No se puede buscar lógica ni racionalidad donde reina lo absurdo, entonces uno lee la novela con el ánimo de profundizarse en un mar de situaciones improbables.

    Hay sin embargo algunas correcciones que te he señalado y que puedes tomarlas o sustituirlas por ideas tuyas, pues la novela merece la pena que sea corregida con propiedad. Son las que he podido captar, pues he estado más absorta en la trama.

    Los guiones: haces buen uso de los guiones, pero he notado que al finalizar un diálogo pones raya y punto. Trata de acordarte que una raya nunca va al final.

    Pues es todo por ahora, creo que eres un magnífico escritor, que no te desanimen los comentarios adversos, de personas tal vez demasiado habituadas a leer cuentos o novelas con un lenguaje corriente, o demasiado escueto.
    Quisiera enviarte los tres capítulos con las pocas correcciones, para que les des una ojeada, si te apetece, pero no tengo tu correo. Si deseas, me lo das y te los envío. Si te parece extraño que haga correcciones fuera del foro, es porque no me gusta hacer largas disertaciones en público, prefiero hacerlas en privado.

    Fue un placer leerte, seguiré con los demás capítulos en estos días y te escribo.

    Un saludo,
    Blanca

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  2. Muchas gracias por los consejos Blanca. Eres muy amable pues aunque intento ser correcto con los formalismos se me escapan algunas cosas.

    Al respecto del título, no es erróneo, pues no hace referencia al restaurante. No quiero anticipar acontecimientos pero pronto aparecerá la auténtica cacatúa a la que se refiere el título.

    En mi opinión estos momentos ridículos, si te han producido una carcajada, cumplen perfectamente con su función y creo que son el alma de la novela.

    El estilo es debido a la introspección con el narrador, al cual le atribuyo esta forma de narrar. Creo que la novela que estoy escribiendo en la actualidad “La ira del gato místico” tienen un estilo bien diferente, aunque también bastantes cosas en común.

    También quería explicarte que en mi intención lo absurdo no debe de ser incompatible con una realidad creíble. Finalmente todos los cabos quedan atados y la historia se sustenta por una trama, si bien absurda, no por ello increíble. Todo pretende tener su razón de ser.

    Muchas gracias Blanca. Me alegra mucho pensar que pueda gustarte “El enigma de la cacatúa”.

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  3. Hola, Rafa. Sigo leyendo tu novela poco a poco. Está genial. Actualmente se necesita narrativa de este estilo, que destile humor y te lleve alegría a la ingente materia gris que llevamos en el cerebro. Seguiré con los restantes cuando pueda. Recibe un fuerte abrazo.

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  4. Hola. Te descubrí hoy por casualidad, y he decir que leidos 2 capítulos, me está gustando mucho.
    ¡Saludos!

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  5. Hola, Robert, parece que se me había pasado por alto esta visita, disculpa.

    Muchas gracias por leerme, me complace sumamente que encuentres la lectura divertida.

    Feliz Navidad
    Saludos
    Rafa

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  6. Hola, Vane, me alegra mucho que te esté gustando la lectura.

    Dices bien al llamarlo casualidad, es este mundo virtual tan disperso que en ocasiones es como estar perdido en el espacio.

    Veo que has comenzado recientemente con un blog y que ya tiene buen aspecto. Ya nos veremos.

    Saludos
    Rafa

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  7. ¡Qué locura! Sin duda, la momia recorriendo las calles de este apacible pueblo mallorquín, es todo un puntazo.
    Leerte es liberador, Rafael. No soy bueno con los análisis narrativos, pero yo creo que esta conjunción de esperpento (grande, Eustaquio), locura y misterio, hacen que la historia se siga con ganas.
    El doctor es el contrapunto oscuro, su ayudante, toda una incógnita por descubrir.

    La escena del bar, muy buena. El pueblo patas arriba y el inspector pidiéndose un margarita con tabasco. Realismo, fantasía, misterio, unas gotas de novela negra.

    De momento, otro punto fuerte, además del tono. Los diálogos, divertidos y creíbles, lo que no es nada fácil.
    Próxima parada: IIIº

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  8. Muchas gracias, Igor, me alegra mucho que te guste. Es verdad que todo es una locura. Si no es una locura, no lo escribo, aunque buscando coherencia argumental. El narrador, por ser quien es, no es capaz de desvelar realmente los detalles de la trama, que aún siendo verosímil, no lo parece.

    Por ahora todavía no se han alcanzado los extremos de locura.

    Saber que me lees compensa mucho el esfuerzo.

    Muchas gracias.

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